Dicen que la vejez llega cuando te cansas subiendo escaleras, cuando te salen canas, tus hijos son del todo independientes, te duelen las rodillas o algún que otro diente debe ser reemplazado y cuando se presenta la jubilación con ganas acogida. Dicen que la vejez llega cuando se te empiezan a olvidar los nombres de las personas cercanas, y para nombrarlas lo haces primero con los tres nombres que antes salen a tu encuentro…, cuando empiezas a olvidarte de las fechas de los cumpleaños de los tuyos, cuando el claxon de los coches que te adelantan no cesa de oírse. También dicen que llega la vejez cuando empieza a faltarte entusiasmo porque todo te parece, como dicen los franceses «déjà vu», «déjà connu». Sí, dicen que dicen….
Pero también dicen que la vejez te abre las puertas a una nueva etapa, llena de libertad y conocimiento. Que de repente empiezas a poderte ocupar de todo aquello para lo que te ha faltado tiempo, que puedes emplear tus días dándole prioridad a aquello que de verdad la tiene para ti. Dicen que tu agenda se empieza a llenar de cosas que de verdad te producen alegría. Y ya no importa si las palabras no te llegan enseguida, si te equivocas de nombre o de fecha, o subes los senderos empinados con más esfuerzo y menos aire. No importa porque tus pequeños defectos empiezan a ser conocidos por ti y por otros y ya no te avergüenzas de ellos. Algunos lo llaman la edad dorada, y qué razón tienen porque los seres humanos somos como esos árboles de hoja caduca, que en otoño se muestran en todo su esplendor, vistiéndose de fuego y oro. Así nos vestimos los viejos: los trajes se vuelven de arrugas hermosas, de sonrisas generosas, de manos sembradas por las manchas del paso del tiempo. Se visten de experiencias vividas, de heridas y alegrías que aparecen cuando amas mucho. Cuentan con un bagaje que otros no tienen, de sabiduría y de una misión cumplida… aunque no del todo, y tienen en su poder un tesoro, del que tanto carecimos cuando éramos jóvenes, que es el tiempo.
Nuestros «viejos» amigos
Pues bien, con este telón de fondo nuestros «viejos» amigos M. Paz Leiva y Miguel Angel Rubio (a) Mason, han sido renombrados por tres años coordinadores de nuestra Federación Española de Familias, en una etapa donde el Espíritu Santo sopla nuevos aires de fuerza, de audacia y de responsabilidad personal.
Y ¡fíjense en su sonrisa! ¿Acaso no transmiten alegría, carácter, decisión y entrega? Ahí los tienen, nuestros «viejos nuevos jefes», que no han dudado ni un instante en aceptar su tarea -nada pequeña, por cierto- porque se saben grandes y débiles, porque conocen sus fortalezas y heridas, porque cuentan con el apoyo de todos y porque les esperan grandes desafíos y aventuras en tiempos difíciles para el mundo.
Queremos darles las gracias por su valentía, con el deseo de que nuestra Federación en España sea la que tiene que ser y sirva a la Iglesia y al mundo como el papa Francisco y nuestro padre fundador nos lo piden:
«Ayúdanos a mantener la unidad en la Iglesia y a ser artífices de comunión en el mundo…, María, míranos» (Palabras del papa Francisco el 27 de octubre para la oración por la Paz).
¡Ánimo y coraje, Paz y Mason, estamos con vosotros!
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