“Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré”. Génesis 12
De los tres hijos que tenemos puedo decir que todos son unos disfrutones, cada uno en su terreno. Juanito me llama la atención le encanta disfrutar del hogar, de estar en casa. Cuando les dijimos que nos íbamos a Burgos a un campamento con otras familias durante tres días, me hubiese gustado saber qué le rondaba por la cabeza, y más cuando les dijimos que la mayor parte del tiempo estarían con los otros niños y no con nosotros. Podemos decir que sentimos preocupación y nervios, ya no solo por ellos, también por nosotros y este viaje en el que nos embarcábamos. Esta vocación de Abraham me ha acompañado toda mi vida, siempre que la oigo, Dios me interpela personalmente. Ahora nos hace un llamado como familia.
Salir de la calidez del hogar el sábado, con prontitud, no es lo que más nos apetecía a Belén y a mí, y menos en el puente de mayo. Si añadimos a eso pasar el día de la madre sin celebrarlo con la familia, tenemos el cóctel perfecto para tener un montón de excusas para ralentizar la voluntad al sí de la llamada.
Y llegamos, pero no la tierra prometida. Esa está es el cielo
Llegamos a la salida de este viaje hacia la tierra prometida. La caravana que coge lo necesario para ir en salida. Nos levantamos con lo que tenemos, con lo que somos para caminar juntos, y en ese caminar juntos nos encontramos unos con otros, nos ayudamos, y servimos. Nosotros hemos llegado con otros hermanos a una caravana que comenzó en Hoerde el 20 de agosto de 1919, y más de 100 años después, estamos aparcados en el parking de la casa de los maristas, diciéndonos: ¡allá vamos!
Podríamos hablar de todo lo vivido en orden cronológico, o hacer un resumen de cada charla o conversación mantenida. Nos faltaría papel o procesador de texto o tinta para describirlo todo, pero sólo necesitamos una palabra para resumirlo: GRATITUD.
Dios necesitó siete días para la creación y el hombre el octavo para dar gracias, por eso la gratitud tiene ocho letras y cada una empieza por lo que vivimos en el campamento.
La “gracia” que vivimos, y no me refiero a las risas que tuvimos, fueron muchas. Pero me refiero a ese don que Dios nos regala para que seamos santos. En cada oración, Santa Misa, charla y gesto se podía ver esa santificación de la vida y de la familia.
Esa gracia es la que nos hace “responsables para buscar la santidad» del otro en cada momento de su vida, para que seamos familias vivas por el Espíritu Santo. Cada uno de los que estaban en el campamento nos transmitieron una “actitud” que es la que da vida a la familia: la actitud del servicio por amor. Sólo a través de esa actitud llegamos a una trascendencia en nuestros actos para que estos sean magnánimos. Esto es, a que algo ordinario sea extraordinario.
Hemos visto a Dios
Aquí me detengo un momento. Este parón lo he tenido que hacer muchas veces después del campamento para poder masticar las vivencias, y poder interiorizarlas y llevarlas a Dios. Una parada necesaria ya que volvemos de un campamento que ha sido “intensidad absoluta«. Gracias al buen hacer de los que lo han organizado, podemos decir que esta intensidad que nos ha producido “tranquilidad” con nuestros hijos y con nosotros mismos.
Hemos vivido un campamento con personas tan diferentes entre sí, con ideas y pensamientos tan distintos que parece casi imposible una unidad de corazones. Sólo basta ver los frutos, sólo basta ver el lema, la actitud y el respeto y el cuidado entre todos. Ahora después de días en la rutina diaria sólo podemos decir y asegurar que hemos visto a DIOS.
Y si no os lo creéis, que se lo digan a Juanito que quiere quedarse a vivir siempre en la casa de Burgos.
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