Hace unos pocos días hemos adoptado una perrita de 5 años. La primera vez que nos vimos se vino con nosotros sin ningún tipo de reparo. En la visita del veterinario, no se separaba de mí. Se sentaba a mi lado y me miraba fijamente a los ojos. Los suyos reflejaban «entrega», los míos «cariño». Desde que estamos en casa me persigue allá donde vaya. Como vino un poco «asilvestrada» he tenido que corregirla ciertos comportamientos, y ella me ha obedecido sin rechistar. ¿Por qué? Un perro regala lealtad, amor incondicional y una insólita capacidad para captar las emociones de su dueño, y le obedece para agradarle.
Cuando tratamos el consejo evangélico de la obediencia, ¿qué es lo primero que se nos pasa por la cabeza? Obediencia es sinónimo de sumisión, pero también de respeto o de conformidad. ¿Acaso se nos pide renunciar a la voluntad o nuestra libertad? ¿El consejo evangélico de la pobreza pretende que renunciemos al tener? ¿El consejo evangélico de la castidad aspira a que renunciemos al placer?
La respuesta es sencilla: No. No se trata de reprimir, sino de todo lo contario. La misión de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) no es otra cosa que dar sentido a nuestros anhelos para vivir y realizarnos en ellos. Los consejos evangélicos siempre son positivos. Detrás de ellos está la mano de Dios Padre. En otras palabras, son «la gasolina que necesita mi coche».
La obediencia, un acto de amor
La obediencia entendida como todo acto de amor debe ser concreta, porque en lo concreto la vida se hace real y fecunda. Es la actitud del hijo hacia el Dios Padre animada por el amor, basada en la fe práctica de la Divina Providencia. La obediencia trata de averiguar la voluntad del Padre para cumplirla. No se trata de hacer algo que me pide Dios en un momento determinado, sino que se hace necesario profundizar en ella a lo largo del tiempo.
No obedecemos por obligación, sino porque la obediencia en sí es la gran señal del amor entre un «yo» y un «tú«. Se trata de una unión de corazones. Cristo fue obediente como también lo fue la Virgen María. Ella es quien nos ayuda a buscar la voluntad del Padre – que se manifiesta en la fe práctica en la Divina Providencia – y a cumplirla. Aprendemos a ser hijos en el Hijo. ¿Qué es lo que Dios nos pide? En el día a día, en los actos concretos de amor, cumplimos la voluntad del Padre: con mi familia, en mi trabajo… Siguiendo siempre a Cristo.
Jesús vino a decirnos que Dios es nuestro Padre, y que somos hijos responsables de la creación y de la redención. Con la obediencia respondemos a la voluntad del Padre en lo concreto, buscando las voces de Dios, pero teniendo en cuenta el orden del ser y el proceso en el que se encuentra cada uno.
Un federado quiere vivir en Cristo y servir en Cristo
En el ser humano hay un anhelo que se realiza cuando te sientes amado y sabes que eres amado por Dios Padre. No formamos parte de la federación para cubrir nuestros anhelos básicos, sino que vamos más allá: queremos vivir en Cristo y servir en Cristo. Para que este anhelo no quede en una bonita idea, es preciso una fuerza vital. ¿Quién despierta esto? La experiencia del Hijo que cree en su Padre porque se fía del Padre. Nadie que no ha experimentado el amor del Padre puede ser obediente, porque si no, sería un esclavo de una norma.
Si un federado se ha comprometido a dar cuenta mensual a su director espiritual, este compromiso no pretende quitar la libertad, sino todo lo contrario. Me comprometo porque cumplo la voluntad de Dios, porque Dios me habla a través de la federación. La federación se mueve en este orden de ser.
Decimos que un federado debe tener una clara vocación comunitaria. Pero esto no significa que seamos sociables con nuestros hermanos de curso, sino que a través de la comunidad nos abrimos a la voluntad del Padre para educarnos como hijos de Dios.
Obediencia y matrimonio
En el terreno del matrimonio, ¿por qué los esposos son obedientes? Porque se quieren y pueden aspirar a lo más alto, a aquello que Dios ha pensado para ellos. Dios habla a través del cónyuge y de los hijos.
¿Por qué me caso con mi esposo? Porque le amo. Y por eso me comprometo. De esta forma el amor es fecundo y da fruto. La experiencia del amor del Padre en nuestra vida matrimonial se concreta en hechos:
- Pobreza: ¿somos pobres, austeros, tenemos una actitud de pobreza y austeridad sabiendo ver lo que Dios nos pide en este momento?
- Castidad: ¿soy casto en mi relación conyugal, es decir, respetuoso con la dignidad de mi cónyuge? No solamente en la intimidad matrimonial sino en la actitud de respetar su dignidad.
- Obediencia: ¿somos, como matrimonio, filiales ante Dios? ¿A través de mi cónyuge, a través de mis hijos o a través de la federación?
Las actitudes ancladas en nuestra relación con Dios se concretan con nuestra pareja porque el sentido de la obediencia es cumplir la voluntad del Padre a través de las personas que Dios me ha puesto, en nuestro caso, a través del cónyuge.
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